28 de octubre de 2006

Violeta


El Mate… no sé por qué pasa que algunas cosas tienen que ser dulces y otras cosas las soportas terriblemente amargas, como el té, como el mate. Yo no podría tomarme el té sin azúcar, pero colocarle dulce al mate, ni pensarlo… y puta que es amargo, pero es bueno. Sospecho que estas nimiedades son símbolos de cómo se toma una la vida, ese sensación de disfrutar ciertas emociones que te remecen de alguna forma, no siempre favorable. Como el ají, esas ganas con la que uno le hecha este fruto a las comidas para sentir ese ardor en la garganta, en el esófago, los ojos te lagrimean y una vez en el estómago es aliviante, bebes un poco de agua y sigues. Por que uno soporta, es como jugar al aguante, resistir el brío de una circunstancia sofocante porque de una u otra forma te llena de satisfacción. De ahí que uno después disfrute de un estado anímico agobiante, porque en el tiempo uno se acostumbra y es tal el goce que luego no se recuerda otro estado que esta angustia. Para salir de esta monotonía de cosas que suceden, he querido recorrer la tierra y hoy estoy en vías de conexión con esta otra dimensión aún muy desconocida para mí. Quiero tener hierbas, y no de aquella (bueno sí pero no viene al caso), hablo de las medicinales, escuchar ese grito desesperado que tiene la tierra por ayudar y uno hace oídos sordos a esta convocación. Igual tengo plantas en mi casa, no precisamente de este tipo, están todas verdes y lindas, sus hojas miran la luz, donde quiera que las ponga, excepto una, que resulta ser la que más me importa. Mis violetas no quieren nada, no quieren ni luz ni tierra ni agua, las ponga donde las ponga, siguen no queriendo nada y pasan los días, las semanas y yo insisto en brindarles estos tres elementos pero ellas, inertes, no quieren nada. ¿Por qué? Por qué esta indiferencia extraña de la tierra hacia mí, por qué la planta más importante de mi casa, las reinas del hogar insisten con esta actitud de no querer saber de nada. Por qué estas ganas deseosas de querer estar mustias, pálidas cuando pueden florecer y agradar con su aroma toda la casa. Y vuelvo a mis símbolos. Pueden ser dos cosas: o son como si yo estuviera en ese macetero no queriendo nada o solamente no soy digna de tener a esta reina en la casa. Suena terrible, pero puede ser, por qué no. Prefiero pensar, sin embargo, en la primera de las opciones, porque de ser así basta una cambio de tierra, eliminarle los parásitos y volver a colocarlas en su trono. Es más, creo tanto en esta teoría que acabo de hacer el cambio y sólo me basta esperar hasta mañana para ver como siguen mis violetas. De seguro reirán y estarán jugando con las plantas más pequeñas que crecen en el centro de este macetero. Porque, guste o no, uno no puede estar mustia perpetuamente, lo bueno es que siempre existe quien quiera cambiarte la tierra. Ellas me tienen a mí, yo tengo mi mate, el ají y la esperanza de que algún día pueda percibir la tierra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que pasa mi querida amiga, que para poder percibir realmente la tierra, uno debe ser capaz de echar raíces, lo que significa extender desde lo más profundo de tí aquellas fibras tan delicadas, de manera que puedan absorver todo lo que las pueda nutrir, de otra manera, por mucho fertilizante o abono que uno ponga, siempre estará mustio y desganado.

La dificultad que tiene el echar raíces, es que significa partir realmente desde cero, olvidarse de los inviernos crudos y las malas podas, desarraigarse de las malas experiencias y atreverse a crecer en un lugar nuevo, para sentirlo propio y ser constante en no abandonarlo.

No creo que el problema sea la tierra, me da la impresióm que pueden ser los conductos de la planta los que están tapados... a fojas cero y todo de nuevo mejor.

A todo esto, a mi me gusta el Mate y el Té sin azucar, es mi manera de sentirle el real sabor a las cosas... no hay que disfrazar la vida de dulce, hay que tomarla y disfrutarla como viene... recuerda que a caballo regalado... y después de todo "La vida es un Regalo".

JR

T E I N V I T O

Al desconcierto de un camino amplio y a la aventura de andar a pies descalzos