28 de junio de 2010

El Beneficio de las Masas


No me gusta el fútbol. Siempre lo relacioné con los domingos por la noche en donde mi padre no me daba pelota por al menos una hora. No entendía que es lo que le tenía tan apasionado y menos que le fuera fiel al televisor una hora sagrada a la semana. Después vinieron los novios y ya no sólo era el domingo lo que me hacía cuestionar tan extraña actitud. Descubrí el torneo de Clausura, Apertura, Copa Libertadores, la Champions League y cuanto torneo pequeño que hubiera entremedio. La lealtad ya no duraba una hora sino todo el tiempo que fuese necesario para saciar esa pasión incontrolada que estaba lejos de poder reconocer en mi vida cotidiana. Y como si fuera poco, cada cuatro años llegaba el esperado mundial junto con las Eliminatorias y esa ansiedad de ser parte del torneo más importante del mundo. Nunca estuve ansiosa. Nunca maravillada.
Y en la reflexión sagrada de todos estos años tratando de comprender el efecto que produce este deporte caí en cuenta de que no es más que una manifestación, pero no como cualquiera. El fútbol comienza en el barrio, en las clases bajas, cuando los chicos anudan una media y la hacen girar en la tierra. Se emocionan al efectuar esa precisión tal de entrarla a un área delimitada por alguna remera o un par de piedras. Contagian la energía y nace la hinchada que complementa la manifestación del deporte. ¿Y por qué nace la pasión? Por el deseo de pertenecer. Porque si lo pensamos las barras bravas manifiestan una pertenencia que no la tienen en ningún otro espacio que no sea el equipo al que se adhieren. Porque son marginales, porque no tienen ni voz ni voto en la sociedad pero donde sí mandan es en la barra. Han tenido que hacerse lugar para poder manifestar lo que sienten. Han tenido que sentirse que son parte de algo para poder gritar con el corazón que aman a su equipo y que les serán fieles hasta la muerte. Esa es la pasión que se rescata y no hay que estar en una barra brava para poder descubrir que tenemos algo por qué gritar, sólo necesitamos pertenecer.
Ya comenzando los Octavos de Final creo que todos sabemos donde pertenecemos. Tres goles de Argentina ya le dan aliento a un país para que salga a gritar que son los mejores. Y la gente ríe y canta y celebra algo de lo que puede que nunca se hayan dado cuenta; que le es propia una patria y que siente pasión por ella.
Hoy juega Chile – que es la patria que ha dado vida a esta humilde servidora – y me sigue no gustando el fútbol. Sin embargo, no me he perdido ningún partido y me he sacado la garganta gritando los tantos que nos han llevado a estas alturas del torneo. Porque no es el fútbol en sí lo que lleva la pasión de multitudes, es la convicción que se tiene de que algo te pertenece y que es tan tuyo que morirías, incluso, por hacer que esto no termine jamás. Y sumamos este encanto a nuestro quehacer diario y multiplicamos el deseo al ser miles sintiendo lo mismo. Nace la unidad de la masa bajo un querer similar y si se levanta uno, nos levantamos todos y si se grita elevamos ese esfuerzo a niveles siderales. Quedamos plenos, satisfechos sólo gracias al deseo, esperando ansiosos la próxima jornada de éxtasis y furor. El fútbol es la oportunidad que tenemos de encantarnos con el mundo, de comprender por un momento que no hay nada distinto entre nosotros. Que pertenecemos a una misma condición y que mañana nos espera el reencuentro con nosotros mismos. Es rescatar lo que seríamos si todo nos trajera esa misma pasión. Es aprovechar el instante sublime de la masa cuando hace eco exacto de lo que se siente en el corazón.

5 de diciembre de 2008

El Cambio (Primera Parte)


Tan aterrada y queriendo ya muy poco debo decir que no lo hago más. Ya no tiene ningún sentido. Cambiar por algo, por alguien, incluso por algunos. Para qué. Para escapar de tu casa y que a la salida te espere una fría mirada. Para seguir como visita en donde más estabas ambientada. O para sentirte tan vacía que ya las bolsas tiradas en la calle se encuentran más llenas que tú y giran en el aire formando figuras y saludan a las hojas que emprenden otro vuelo similar sólo que no tan llenas de aire, como estas bolsas, de ese aire que las impulsa a volar[1]. A la caída de alguna te miras y dices, y ahora, qué la va a volver a llenar. Para qué. Porque el cambio tiene cara de sanguijuela y te succiona hasta la gota más ínfima de recuerdo y cuando llega a otra persona te mira dulce y te abandona. Descuidada subes de a poco la escala y en la mitad tratas de recordar como eras antes de que llegara y no logras percibir nada. ¡Nada! Cambio que tiene por sentido tan sólo la transición, aquella fundamental. No tiene sutilizas, el cambio te quita de encima una vida para empezar otra, ya sea a favor o en desmedro. Porque el cambio no es ético, no considera a la sociedad como tampoco al individuo. El cambio va de acá para allá buscando a alguna víctima que le guste de él o a aquella que no lo necesita. Nos concierne a todos, incluso si no fue a ti al que le afectó el cambio, porque si está por ahí cerca ¡ay, de ti! Que de seguro pronto lo vas a ver venir. El cambio de la mentira a la verdad, el cambio del éxito al fracaso, de la plenitud a la desdicha, de sólido a líquido, del valor de uso al valor de cambio. Cambio histórico que no es predictivo por tanto jamás controlable. Y así escapas a lo más ajeno posible, a esa nube con aromas entremezclados, indefinidos que te refriegan todo el tiempo que este no es tu lugar. Y pasan los días, situaciones, acontecimientos y deduces que el cambio no te ha dejado nunca, sino más bien, acaba de llegar. Se entremezcló entre la multitud, te pidió un cigarrillo y a la primera bocanada ya estabas sólo volviendo a buscar ese estúpido camino. No recuerdas en que minuto apareció y no te dejó nada más que el cambio, tu antes y tu después. Llenos de movimiento y anhelando a ese ser parmenídeo que al parecer safó de este cambio y sigue en su esfera estática e inerte sin atisbos de cambiar. Mis disculpas al lector, pero no encuentro lo bello, el amor es lo bello y este cambio me ha dejado sin amor. Ya sé que vendrán por mi, el cambio es como un terremoto, tiene su par de replicas distantes de otras mientras esperas te deja con su hermana Transición la cual desde que llegó que ya quieres que se vaya. No esperas nada de ella porque sabes que no es de fiar, la ignoras, la dejas sola, pero no se va, no hasta que también vuelvan por ella. Ya no me resisto, la dejo entrar; le hago espacio en la mesa, en mi cama, en el placard. En noches cálidas me acaricia la espalda y me susurra con ese tinte irónico nena, esto acaba de comenzar.


[1] Para volar tan alto hay que ser una de esas bolsas de plástico fino, esas que vuelan hasta el infinito y descansan sobre árboles, estatuas, rascacielos, palacios y castillos. Esas bolsas no terminan nunca su camino. Esas son las bolsas viajeras. También hay esas gruesas, esas de envase de nachos o papas fritas, esas bolsas no vuelan, se arrastran por los suelos, todas llenas de grasa.

6 de marzo de 2008

¡Qué puedo decir!


Hoy he querido hablar de ustedes, los amigos. Estos seres cuya conducta puede beneficiarte, socorrerte, patrocinarte, auspiciarte, aferrarte, dependerte, enviciarte, sucumbirte e incluso, anularte. Y en este revuelo de sentimientos y emociones encontradas siempre recuerdo lo que le sucedió a mi polerón favorito: un amigo lo quemó con una vela. Y así quedó, justo en el omóplato derecho… devuelto y quemado. O de la vez que presté un reproductor y llegó sin reproducir absolutamente nada. O de los pantalones, traídos de ese intercambio, que presté y después de meses (o quizás un poco más de un año) regresaron mucho más grunge de lo que jamás hubiese aceptado. Y eso con las cosas que regresan porque para qué hablar de lo que no retorna, de esos auto-regalos donde uno la auto-vende. Y al parecer es casi natural. Sin ir más lejos presiono el botón derecho sobre la palabra “presté” y dentro de muchos otros sinónimos aparecen: ¡“di”, “entregué”! Y aunque no haya sido esta la idea en un principio termina todo en esto, entregando, dando, facilitando, regalando, cediendo todo. Todo lo que prestas y lo que no prestas también se termina yendo. ¿Por qué? Porque son tus amigos. Los locos que están en todas, que si haces un carrete puede que no vaya nadie, pero tus amigos siempre van a llegar. Luego uno no se puede negar ante tan honorable manifestación de cariño, son casi una debilidad (¡y ay, que lo son a veces!). Y entre este silencio que lo va confiriendo ya, absolutamente todo, caes en que tú también eres uno de ellos. Y observas la repisa pensando en que algún día vas a devolver ese libro que tienes ya hace casi un año, o en la “chaqueta nueva” que has empezado a ocupar desde que empezó el verano o hasta en mirar tus pies y agregar con satisfacción: ¡puta que están buenas estas chalas! Hasta recordé el día que perdí la mochila en uno de esos antros donde te llevan los amigos en donde iba todo lo que no era mío. Y no respondí por nada. No dije nada más que decir, puta, lo siento pero me lo robaron, y nunca, pero nunca nadie me pidió ninguna de esas cosas de vuelta, nadie, ni siquiera uno… porque son amigos. Porque todos lo somos, o alguna vez fuimos y tenemos cosas de todos y quien no tenga nada del otro es porque no sabe hacerse de amigos. Y créanme que he detestado perder con mis cosas, créanme que hay veces que hasta los he odiado (y no porque me deban algo), pero me engaña el recuerdo, me debilita la forma en que miran cuando dicen “te quiero” y vuelvo. Porque aunque hayan veces en que no están nunca, siempre se las arreglan para estar cuando más se les necesita. Y hoy que me encuentro lejos, ya después de un cortísimo vuelo, sé que me distancian millas de ustedes, y como sería lógico; una despedida y ya no nos vemos. Pero no es tan fácil deshacerse de ellos, se necesitaría mucho más que una cordillera para no volver a verlos. Porque al final de todo, estos amigos son algo así como la familia, siempre van a estar, porque, querámoslo o no, nuestra relación es, por fortuna o desventura, sencillamente inevitable.

20 de noviembre de 2007

La Entrega.




Partiré con lo siguiente. ¿Desde cuándo? No había percatado ese dejo tan pasivo y tan disimuladamente oculto. Cuando creía yo que andaba todo bien y que la salud emocional correteaba entre mis dedos sin atisbos de tocar el suelo. Sin embargo, cuando menos se espera, reparas en lo lejana ya que estás de lo importante y que sigues merodeando lo intrascendente. Y recuerdas.

Ya van once meses y no esperaré el doceavo para decir que fue muy poco lo que di, por no decir que entregué nada. Ni siquiera a ti que me lo diste todo, que no vacilaste nunca en cuánto conferías y que disponías a cambiarme el mundo, ni siquiera a ti. Tampoco tú, pero es menor lamento éste puesto que de haberte entregado algo hubiese querido encontrar la forma de quitártelo igual. O tú, que quizás pude pero no concreté ensueño. Aún a quien llorara suplicándome que por favor no me pasara nada, mientras devastada yacía en el sofá prometiéndole que jamás esto volvería a suceder… ni siquiera en eso di algo. Siento que ha sido tiempo de engaños, de robos, de placeres y un sinfín de vacíos. Preguntándome a ratos si acaso he dado algo, si entregado parte de mi. Y recuerdo... a ella. Yo iba a cambiar el mundo por ella. Cada vez que pude le bajaba una estrella y la enredaba en su pelo para que riera. Ella que mereció elogios de cuantos, el silencio de mis padres y un anillo en su dedo. Ella que, pensara yo, bajaba del cielo. Y mi inquieto recuerdo repara en que han pasado dos años y a nadie más le di algo. Primer vacío penetrando en esta vida desolada. Pero es que la entrega cuesta. No es fácil dar la vida por alguien, si al mirar atrás te preguntas de qué sirvió que alguien la diera por ti.

La entrega. La entrega primera, segunda, tercera, esta entrega sin fin. Esta entrega que puedes ser hasta natural. Siendo energía lo que originó todo esto y siendo la misma hasta nuestros tiempos… debiese haber un reflejo, una emanación, una disipación. ¿Por qué no la tengo? ¿Por qué ha de ser tan limitado este pensamiento? ¡Si hasta ahora me veo tragando el consuelo de lo que no quiero tener! Que no se malentienda mi ánimo. No estoy tan mal. Pero llega el momento cuando ya todo se te dio y en donde jamás vimos de ti y se viene un ¿Ya, pero qué pasa contigo? Y sucede el engaño, engaño que se originó por ti misma en donde buscabas ofuscada un lugar venidero, un cigarro, un whisky. Y divagas en pesadumbre, en mantenerte al margen de todo y decaer. Piensas que cualquier pasado fue mejor y qué quizás la fortuna tiene rostro de mujer.

Mas en esta búsqueda desacertada de situaciones reparo en el amor. En este caprichoso deleite que contiene éxitos y desventuras, conlleva fracasos y dichas. Concepto que lleva a formular, quizás, una vida. Luego, la entrega debe llevar arraigada una pasión, desenfrenada, enloquecida y, por sobretodo, muy amada. ¿Y es acaso esto último lo que llevo esperando estos últimos dos años? Y no será esto lo mejor de mi, pero ¡ay, de mi, que me está pasando! Lo siento en el tiempo, en el respirar del aire y casi desvarío por encontrarlo. Sucede que hay energía en demasía acumulada y ya siento que es hora de quitarla. No hay más de mi en lo que por ahora respecta, quedando en claro que hice lo posible… en esta primera entrega.

12 de septiembre de 2007

UNINVITED




La besé y su recuerdo de muñeca se deshizo en
mil pedazos. De vez en cuando abría mis ojos para ver a quién besaba, cuál era
su nombre, hace cuánto que estaba. Y no me conecté, tan sólo porque estabas tú,
inevitablemente estabas tú, incontrolable y desagradablemente estabas tú, con
tus ojos grandes y pestañas crespas y tu tez blanca, riendo, y con lo mucho que
me gusta que te rías. Y no fui capaz, no fui capaz de alejarla, le mentí, le
mentí en lo más importante de aquella cita. Me das miedo, me decía…

yo también me doy miedo.




De facto, soy incapaz, me rehúso a la
tormentosa y abrumante idea de colocar dos balas a la vez. Me retracto de todo,
absolutamente todo lo dicho hace algún rato y me voy. Porque aquí ya no se
puede estar, porque aquí el tema no es la sexualidad, no es la definición ni
siquiera la más ínfima certeza de algo, aquí hay placeres, hay caprichos, hay
porfía de lo que se otorga no se completa en un instante, que la lluvia vuelve
a hacer lluvia cuando regresa y retorna. Y te fuiste, o tal vez no,
pero si te fueras. Si se fueran todos y quedara sola. Pensaría quizás en
haberte dado ese otro beso que quisiste o haberte hecho mía la última vez que
te abracé. No fue fácil, no es fácil aplicar la más poderosa de tus armas
internas y capturar esa indiferencia, ese roce de labios sin ninguna validez,
ese abrazo morado que no entendías siquiera quién era el que lo estaba dando.
Al parecer he tocado fondo en esta curva de incertidumbres y me encuentro en
la, tal vez, dualidad más complicada de mi vida. Y no fue sino ayer cuando me
moría por besar sus labios, rozar siquiera su mano de esta manera incontrolable
y hoy se convierte en algo que esta fuera del alcance. Y me encuentro postrada
en este relato infinito de emociones encontradas, justo en el cruce del ayer
con el haber, indagando en impulsos exactos, en nociones sencillas de cómo tomé
tu mano y la hice mía. Y por qué, si yo no la quería… ahora recuerdo que eras
tú la que la colocaba justo ahí donde se encontrarían con las mías, y claro,
tomé gustosa tu deseo voluntario y te traje hasta mi. Y estuviste, quizás como
no estabas hace tiempo, un poco nerviosa, dilatando el tiempo. Yo por mi parte,
olvidaba a ratos el propósito y disfrutaba tu compañía, te escuchaba cantar y
me reía. Suave, tierna voz de niña y yo, miserable, regalando espacio donde no
debía, gestionando invitaciones al recuerdo en donde sólo dos cabían. Lo peor
es que no sabes, no digieres el beso-encanto, que te di. Aún no asimilas esa
sensación del cosquilleo en tu barriga ni de que tan cerca estás del sol. Te
dejaría en esta jaula de ignorancia sólo para mí, en la ingratitud seca de esta
opción-libertad, que sin quererlo te deja atada a otra cita y a mi, premeditadamente,
a poder soñar.





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1 de julio de 2007

INEDITOS


Algo de alguna historia pasada, escrita y, por qué no, olvidada.


ACERCA DE ELLA

Agregar contacto: permitir a esta persona saber cuando usted se encuentra conectado o no permitirlo. Chequeo el primer cuadrado y acepto. Y ahí estás, con tu apodo en mis contactos y aquí no ha pasado nada, no hay mala onda, sin rencores, sin culpas, sin vernos y menos hablarnos, sin saber nada de ti más que el deseo de querer que estuviera en tus contactos. Situación extraña y ridícula, totalmente mal conceptuado: qué es eso de “contacto”, que es eso de permitirte a ti que tengas algún contacto conmigo, si aquí no hay ni relación, ni vinculación, ni unión, ni acercamiento, ni trato, entonces que es contacto ahora, ¿la presencia del nombre de alguien, o peor aún, cualquier asignación, en un programa cómodo en línea? ¿Está ya todo tan reducido? Crees que lo facilita, que ahora vas a poder decirme todo lo que callaste esa noche en donde no pudiste si quiera mirarme a lo ojos para decirme que no era yo la persona con quien querías estar. O quieres entablar una nueva relación conmigo, una especie de amistad a medias, una suerte de que hablemos pero que nadie se entere, no muy distinto a lo de antes, por lo demás. ¿Qué clase de contacto buscas ahora? ¿Un zumbido para llamar mi atención, un corazón que me explote en la cara, un como estás con letras que bailan? No sé ni siquiera porque acepté está invitación, pero ahí estás, en la sección de “no clasificados” junto con OCIO discotheque y otra gente que nunca se conecta, al lado de quienes he tenido contactos ocasionales e incluso aquellos con los que nunca he tenido contacto, en fin colindando con todos aquellos que no sé porque acepté, alguna vez, tenerlos (algún deseo de tener más amigos, supongo). Y no paro de mirar tu apodo, como si pudieras aparecer entre las letras, como si pudiera dibujar tu rostro con cada una de ellas. Atrapada en este espacio cibernético en donde hay sólo letras y una tremenda programación que te hace la vida, supuestamente, más cómoda y sencilla. Para mi no. Me siento extraña, es como si te hubiera dejado entrar a mi vida, como si no creyera que me harás daño o como si dejara que lo hicieras… que rayos! Es sólo un maldito programa en línea, nada porque temer tanto… supongo.

Mientras más formas tengamos de comunicarnos más maneras hay de relacionarse. Se forma esta dualidad de aquellos con amores y odios. Quien ama tendrá más vías para demostrarlo, resultado aliviante. Más quien odia tendrá las mismas vías, y el resultado, asfixiante.




Y DE ELLOS



No sé cuál es la distancia que nos separa con Valparaíso, pero recuerdo que fue un esfuerzo brutal llegar a esta cabaña veraniega, llena de invitaciones añejas que jamás pude concretar, hasta ahora.


(¿Qué es lo que hace un espacio frente al mar un lugar tan apacible y sereno?)


A lo lejos diviso a los compañeros, casi como formados en fila, liderando la chaqueta azul del Miguel, le seguía la cabellera despeinada de Francisco, luego la silueta incomparable de la Chica y cerrando la hilera el individuo de un poco más de un metro, Agustín, quien va guiado tan sólo por las faldas de su madre. Llegamos, perdidos, obviamente, porque las indicaciones nunca son tan claras. Y ahí estaban todos, como siempre, en la dimensión paralela de la marihuana, en donde generan un mundo buena onda y libre... el resto no percibe ni esta libertad ni esa buena onda.


(¿Qué es lo que hace que un caño sea tan bueno?)


El Ruso está chato, la Pancha también y es raro porque esta mujer funciona aún cuando duerme. Yo también lo estoy. Desconfío de este estado. Puede que haya sido algo más que el cansancio el hecho de no haber hablado ni una sola palabra en los treinta minutos siguientes. Me extraño. Pestañeo y abro, y claro, están todos, los de siempre, algunos más amigos, otra sencillamente gente con la que me pego un carrete de vez en cuando. Pero todos conocidos, pero qué tan conocidos. Lo único que distinguía eran personas en este mundo casi psicodélico. Situación ridícula por lo que me apuro a abrir la botella de cola de mono que había llevado para “compartir”, le sirvo un vaso al Ruso, a ver si ahora se nos ocurre algo que decir, pienso. De pronto éramos menos y pude sentirme un poco más conectada con esta casi sociedad. Como si esta sustracción de personas aumentara el espacio para poder respirar. Me río y comparto, los chicos hacen lo mismo. Risas, pitos y más vino. Entro en este mundo libre y buena onda, puedo percibir a la Pancha imaginando un ritual casi chamánico, en donde el Ayahuasca se encontraba camuflado en un melón que tomábamos a medida que tocaba el turno.


(¿Cuántos grupos se pueden formar en un carrete?)


De golpe llegan todos, se corta la escena, como cuando se coloca el dedo en una hilera de hormigas. Nos perdimos todos, los unos de otros y seguí mi viaje sola, contemplando el mar, las estrellas y la ráfaga de luces que emanan del puerto. Y ya fusionada con el paisaje los busco, los busco a todos, incluso aquellos que no conozco, incluso aquellos que no me interesa conocer, y tan sólo diviso a la Pancha y al Ruso quienes no han dejado de estar a mi lado desde que partimos de Valpo, con quienes viaje casi 2 horas para llegar a estas Playas Doradas, como la llamó después. Yo no vi nada, ni laguna, ni playa, lo único verde fue el caño que hizo la Choza como bienvenida a este mundo libre. Sabes, tampoco vi libertad. Y de repente realizo que no fue una pérdida masiva, que no habíamos arrancado todos como hormigas, que tan solo era yo. Yo en este agujero negro de la noche en donde mi mundo se confunde con el pasto y el fuego que emana del asado. Y están todos, como siempre, reunidos hablando en un lenguaje que sólo ustedes entienden viviendo de su libertad y buena onda.


(¿Cuánta gente necesitas para sentirte a gusto?)


Me incorporo y busco a mis amigas, habían transcurrido ya largas horas y yo todavía no lograba conectarme en sociedad. Encuentro la excusa de hablarles de mi vida. Vuelvo a lo mismo en cuanto termino de hablar de ella. Veo la luz del fuego desaparecer en la medida que van quemando y ahumando el cerdo. Siete años mirando nuestros rostros y yo tan sólo conocía a dos personas. Despierto y la Choza me invita hacer yoga seguida de un baile asiático que me fue imposible entender. Y me quedo mirando desprotegida, ajena en mi propia vida. No pertenecía ni al baile, ni al yoga, ni a andar descalza para percibir la tierra, no era hija de Laguna Verde, no era ni prima ni sobrina. Bajan la Pancha y el Ruso cargando sus sacos, es que tenemos cosas que hacer. Los vi desaparecer por los cerros pensando todo el tiempo que debí irme con ellos, que por favor esperen que no me dejen sola en este lugar desconocido, que no quiero estar más acá. Almuerzo y me voy y recién al tomar la micro de vuelta me encuentro conmigo, me sonrío y prometo no dejarme de nuevo. Me bajo en Portales y pregunto ¿Es un espacio frente al mar un lugar tan apacible y sereno?

19 de mayo de 2007

La Contraparte


¿Cuántas veces hemos engañado? ¿Una, dos, cinco, diez, mil veces? Cojo el Aristos que está en el estante, el cual aún tiene pegado en su tapa el coloquial sticker con el nombre, ramo y curso (5to, 6to y 7mo). Busco y encuentro “falta de verdad en lo que se dice, hace, cree o piensa”.

Yo no creo, dudo mucho que pueda funcionar. Nunca me ha pasado, por algo ya no estoy con las personas que en algún momento estuve. Nunca es lo mismo, el engaño puede ser muy fuerte, matarte. Y yo lo siento, para mi no fue nada… por ende completamente evitable, pero cómo lo dices, qué es lo que haces para que la contraparte piense lo mismo que tú, claro para ti es fácil, tú no eres el engañado. Ese sentimiento de culpa es inevitable. Esa sensación de que, independiente como tú lo veas, haz dolido a alguien y, mucho más, haz decepcionado. Luego viene el arrepentimiento y la voz aguda que implora y pide a gritos una segunda oportunidad, que ahora sí que sí, que esta vez no falla… los “nunca más”. La contraparte enmudece y con rabia y pena escapa con un halo de soledad… pero vuelve, la contraparte siempre vuelve. La contraparte cree en esos “nunca más” o, bien, opta por hacerlo. No queda otra, nadie gana sin un riesgo. Sin embargo, ¿se podrá ganar? Pero quién no ha engañado, si las personas no son perfectas menos lo serán sus relaciones. Si es casi lógico. Pero cómo se vive una relación después del engaño. Ahora mismo me encuentro escribiendo esto con una sensación de traición en la garganta. Mal que mal uno ha sido engañador, pero también engañado e, ineludiblemente, uno no puede dejar de pensar en eso. El engañado perdona pero no olvida, quién olvida. Y, querámoslo o no, todo recuerdo lleva adherido, definidamente, un sentimiento. Es cómo si sintiéramos todo el tiempo nuestras ropas, de la forma en que cada pelo está siendo cubierto con una tela, a ratos, áspera. Perturbador, estresante. No se puede vivir cargando una emoción de desagrado, puedes controlarlo pero en algún momento, cuando menos lo esperes, va a fluir y te quemará nuevamente el cuerpo. No creo en las relaciones perfectas, pero sí creo que uno puede vivir sin engaños. He querido hacer una encuesta, saber, de todas la parejas que presentan compromisos formales (sean convivientes o matrimonios), si alguna vez han incurrido en algún engaño, tanto en las etapas formales como informales de la relación. Recuerdo, ya hace algunos años, a quien me dijera que una vez engañó a su pareja. No recuerdo si acaso ésta lo sabe, pero hoy se encuentran felizmente casados. Y si ésta sabía, y pudo generar, a partir de la traición, una relación sana y tranquila, se puede. Bueno aunque científicamente hablando, mi muestra es bastante pequeña por lo tanto presenta un nivel de confianza, más bien bajo. Pensaba en preguntarles a mis padres si alguna vez se habían engañado. También pensé en fabricar una encuesta y salir a las calles con la inquietud. Luego recordé que la gente miente y que incurriría en un gran sesgo al tomar esta opción. Mas quiero hacerlo, quiero probar la hipótesis de que se podría generar una buena relación sobre el engaño. De repente gano y me quedo con quien creo que puedo estar toda la vida. Y si pierdo… y si pierdo me quedaré observando como, una vez más, se escurre, como agua, un sueño entre mis dedos.

T E I N V I T O

Al desconcierto de un camino amplio y a la aventura de andar a pies descalzos