6 de marzo de 2008

¡Qué puedo decir!


Hoy he querido hablar de ustedes, los amigos. Estos seres cuya conducta puede beneficiarte, socorrerte, patrocinarte, auspiciarte, aferrarte, dependerte, enviciarte, sucumbirte e incluso, anularte. Y en este revuelo de sentimientos y emociones encontradas siempre recuerdo lo que le sucedió a mi polerón favorito: un amigo lo quemó con una vela. Y así quedó, justo en el omóplato derecho… devuelto y quemado. O de la vez que presté un reproductor y llegó sin reproducir absolutamente nada. O de los pantalones, traídos de ese intercambio, que presté y después de meses (o quizás un poco más de un año) regresaron mucho más grunge de lo que jamás hubiese aceptado. Y eso con las cosas que regresan porque para qué hablar de lo que no retorna, de esos auto-regalos donde uno la auto-vende. Y al parecer es casi natural. Sin ir más lejos presiono el botón derecho sobre la palabra “presté” y dentro de muchos otros sinónimos aparecen: ¡“di”, “entregué”! Y aunque no haya sido esta la idea en un principio termina todo en esto, entregando, dando, facilitando, regalando, cediendo todo. Todo lo que prestas y lo que no prestas también se termina yendo. ¿Por qué? Porque son tus amigos. Los locos que están en todas, que si haces un carrete puede que no vaya nadie, pero tus amigos siempre van a llegar. Luego uno no se puede negar ante tan honorable manifestación de cariño, son casi una debilidad (¡y ay, que lo son a veces!). Y entre este silencio que lo va confiriendo ya, absolutamente todo, caes en que tú también eres uno de ellos. Y observas la repisa pensando en que algún día vas a devolver ese libro que tienes ya hace casi un año, o en la “chaqueta nueva” que has empezado a ocupar desde que empezó el verano o hasta en mirar tus pies y agregar con satisfacción: ¡puta que están buenas estas chalas! Hasta recordé el día que perdí la mochila en uno de esos antros donde te llevan los amigos en donde iba todo lo que no era mío. Y no respondí por nada. No dije nada más que decir, puta, lo siento pero me lo robaron, y nunca, pero nunca nadie me pidió ninguna de esas cosas de vuelta, nadie, ni siquiera uno… porque son amigos. Porque todos lo somos, o alguna vez fuimos y tenemos cosas de todos y quien no tenga nada del otro es porque no sabe hacerse de amigos. Y créanme que he detestado perder con mis cosas, créanme que hay veces que hasta los he odiado (y no porque me deban algo), pero me engaña el recuerdo, me debilita la forma en que miran cuando dicen “te quiero” y vuelvo. Porque aunque hayan veces en que no están nunca, siempre se las arreglan para estar cuando más se les necesita. Y hoy que me encuentro lejos, ya después de un cortísimo vuelo, sé que me distancian millas de ustedes, y como sería lógico; una despedida y ya no nos vemos. Pero no es tan fácil deshacerse de ellos, se necesitaría mucho más que una cordillera para no volver a verlos. Porque al final de todo, estos amigos son algo así como la familia, siempre van a estar, porque, querámoslo o no, nuestra relación es, por fortuna o desventura, sencillamente inevitable.

T E I N V I T O

Al desconcierto de un camino amplio y a la aventura de andar a pies descalzos