28 de junio de 2010

El Beneficio de las Masas


No me gusta el fútbol. Siempre lo relacioné con los domingos por la noche en donde mi padre no me daba pelota por al menos una hora. No entendía que es lo que le tenía tan apasionado y menos que le fuera fiel al televisor una hora sagrada a la semana. Después vinieron los novios y ya no sólo era el domingo lo que me hacía cuestionar tan extraña actitud. Descubrí el torneo de Clausura, Apertura, Copa Libertadores, la Champions League y cuanto torneo pequeño que hubiera entremedio. La lealtad ya no duraba una hora sino todo el tiempo que fuese necesario para saciar esa pasión incontrolada que estaba lejos de poder reconocer en mi vida cotidiana. Y como si fuera poco, cada cuatro años llegaba el esperado mundial junto con las Eliminatorias y esa ansiedad de ser parte del torneo más importante del mundo. Nunca estuve ansiosa. Nunca maravillada.
Y en la reflexión sagrada de todos estos años tratando de comprender el efecto que produce este deporte caí en cuenta de que no es más que una manifestación, pero no como cualquiera. El fútbol comienza en el barrio, en las clases bajas, cuando los chicos anudan una media y la hacen girar en la tierra. Se emocionan al efectuar esa precisión tal de entrarla a un área delimitada por alguna remera o un par de piedras. Contagian la energía y nace la hinchada que complementa la manifestación del deporte. ¿Y por qué nace la pasión? Por el deseo de pertenecer. Porque si lo pensamos las barras bravas manifiestan una pertenencia que no la tienen en ningún otro espacio que no sea el equipo al que se adhieren. Porque son marginales, porque no tienen ni voz ni voto en la sociedad pero donde sí mandan es en la barra. Han tenido que hacerse lugar para poder manifestar lo que sienten. Han tenido que sentirse que son parte de algo para poder gritar con el corazón que aman a su equipo y que les serán fieles hasta la muerte. Esa es la pasión que se rescata y no hay que estar en una barra brava para poder descubrir que tenemos algo por qué gritar, sólo necesitamos pertenecer.
Ya comenzando los Octavos de Final creo que todos sabemos donde pertenecemos. Tres goles de Argentina ya le dan aliento a un país para que salga a gritar que son los mejores. Y la gente ríe y canta y celebra algo de lo que puede que nunca se hayan dado cuenta; que le es propia una patria y que siente pasión por ella.
Hoy juega Chile – que es la patria que ha dado vida a esta humilde servidora – y me sigue no gustando el fútbol. Sin embargo, no me he perdido ningún partido y me he sacado la garganta gritando los tantos que nos han llevado a estas alturas del torneo. Porque no es el fútbol en sí lo que lleva la pasión de multitudes, es la convicción que se tiene de que algo te pertenece y que es tan tuyo que morirías, incluso, por hacer que esto no termine jamás. Y sumamos este encanto a nuestro quehacer diario y multiplicamos el deseo al ser miles sintiendo lo mismo. Nace la unidad de la masa bajo un querer similar y si se levanta uno, nos levantamos todos y si se grita elevamos ese esfuerzo a niveles siderales. Quedamos plenos, satisfechos sólo gracias al deseo, esperando ansiosos la próxima jornada de éxtasis y furor. El fútbol es la oportunidad que tenemos de encantarnos con el mundo, de comprender por un momento que no hay nada distinto entre nosotros. Que pertenecemos a una misma condición y que mañana nos espera el reencuentro con nosotros mismos. Es rescatar lo que seríamos si todo nos trajera esa misma pasión. Es aprovechar el instante sublime de la masa cuando hace eco exacto de lo que se siente en el corazón.

T E I N V I T O

Al desconcierto de un camino amplio y a la aventura de andar a pies descalzos